La llamada

Tienes una vida tranquila. Apacible, sin contratiempos. Trabajas, ahorras lo que puedes, como todo el mundo, das gracias de tener una cierta estabilidad, no como todo el mundo. Tienes algunos amigos íntimos, alguno que otro muy intimo, y pocas complicaciones. Todo eso cambia el día que recibes la llamada.
Estas paseando tranquilamente por la calle cuando un coche pasa a toda velocidad delante de ti, casi llevándote por delante. Por un momento, apenas un segundo, cruzas la mirada con el conductor. Ojos duros, marcados, con una concentración que te asusta. Tiene los ojos claros, color miel. Pero solo transmiten decisión, aun cuando se posan en los tuyos por una milésima de segundo.

El coche desaparece, la vida sigue. El ajetreo de la calle, que parecía haber desaparecido durante unos segundos, vuelve a rodearte. Ves como el coche se aleja, a toda velocidad, temerario, las ruedas causando un estruendo al tomar una curva de manera brusca. Riesgos y peligros que han pasado a tu lado como una exhalación. Pero la vida sigue, y tu sigues con ella.
Entonces suena el teléfono.
El sonido de la canción te saca de tu abstracción, te devuelve al aquí y al ahora. No es nadie conocido, la canción, personalizada para números no memorizados, te lo confirma. Y el mensaje de numero oculto en la pantalla lo confirma. Quizás una centralita, alguna llamada desde el hospital. Cambios en los turnos. Casi agradeces lo mundano del asunto, después de la incertidumbre.
- ¿Rosa Pardo?
La voz no te es conocida, pero confirmas. Te llama la atención el marcado acento, ingles o americano, no sabrías decirlo. Pero desde luego extranjero.
- Si, dígame.
- Me temo que necesitamos su ayuda inmediatamente. Hay un hombre muy mal herido y usted es la persona más cualificada en las cercanías.
- Estaba de camino al trabajo ahora mismo. ¿No esta Sara ahora haciendo guardia?
-Disculpe, pero no la llamo del trabajo. Hay un hombre muy mal herido a dos calles de donde se encuentra usted justo ahora. Desafortunadamente nuestros servicios médicos no podrán estar allí antes de 40 minutos, y para entonces sera demasiado tarde. Necesitamos su ayuda, ahora mismo.
- Pero no entiendo...
-Si hace el favor de dirigirse a la calle Jaén, lo comprenderá en breve. ¿Tiene usted un manos libres?
Sin saber muy bien porque, comienzas a dirigirte a la calle que te han indicado. Debe ser una broma, seguro. Es imposible que nadie sepa que estas aquí, justo en este momento. Quizás el amigo con el que has pasado la noche quiera gastarte una broma estúpida. Pero no, no es posible. Cuando te has ido estaba durmiendo, profundamente. Y sabes por experiencia que cuando duerme así no se despierta fácilmente.

-Si, lo tengo- Respondes mientras hurgas en tu bolso, buscando los auriculares del manos libres.
- Perfecto. Le recomiendo que se los ponga, ya que necesitara poder trabajar sin dejar el teléfono. Le iremos guiando a lo largo de la situación, y si tiene alguna duda trataremos de responderla, dentro de nuestras posibilidades.
- ¿Es esto una broma?
- Le aseguro que no. De acuerdo, al girar a mano izquierda podrá ver un chaflán, y un patio con una puerta entreabierta. Entre y suba hasta el tercer piso.
Ves la puerta, como te han indicado, y al entrar te das cuenta de las gotas de sangre que salpican el suelo, desde la calle, hasta las escaleras. Pocas, muy dispersas, pero recientes. El edificio es antiguo, con una pequeña portería desierta a un lado, y los escalones de mármol, en algunos puntos picado por los años. Te agarras a la barandilla de metal forjado y comienzas a subir, con precaución, evitando las pequeñas gotas de sangre en el suelo.
- Creo que se han equivocado de persona, de verdad. Aquí hay sangre por el suelo...
- Tranquila, Señorita Pardo, no pasara nada, se lo aseguro. Solo necesitamos que proporcione los primeros auxilios básicos al hombre que se encuentra mal herido, como le hemos comentado. Lo suficiente como para que nuestros equipos de emergencia lleguen hasta allí y puedan proporcionarle una cura mas permanente. Es la segunda puerta del tercer piso.
Una parte de ti, una pequeña voz escondida tras la emoción de la situación, trata de hacerte oír que algo raro esta pasando. ¿Como podían saber donde estabas? ¿Como sabían que habías llegado al edificio antes de que dijeras nada? ¿Si pueden verte, si saben donde estas, porque no vienen ellos mismos a solucionar lo que sea que te espera al otro lado de la puerta? Sin embargo la voz no tiene bastante potencia como para superar la sensación de euforia que te bloquea ante cualquier otra sensación. Euforia, emoción, un subidon de energía y entusiasmo ante lo desconocido, ante lo imprevisto. Abres la puerta, y la voz se calla, rendida ante la evidencia. Sea lo que sea que esta pasando, estas dispuesta a llegar hasta el final.
Abres la puerta y entras en la casa, y lo que te encuentras no te sorprende, típica casa antigua de centro, con un aparador de aspecto antiguo en la entrada, un enorme espejo, roto, dándote la bienvenida. Hay fotos en el aparador, viejas fotos de familia, gastadas y descoloridas por el paso de los años. Un ramo de tulipanes mustios se esta secando en un viejo forero azul y blanco, sin agua alguna. Ni un solo ruido sale de la casa.
-Debe entrar hasta el comedor.

De manera inconsciente comienzas a avanzar en puntillas, tratando de no hacer ruido. Te apoyas levemente en las paredes, igual que lo has hecho esta mañana cuando has tratado de no despertar a tu amigo. Sigilosa, sin querer llamar la atención para poder evitar mas contratiempos. Sin embargo, al llegar finalmente a la puerta del comedor el sigilo cede al terror, cuando un grito ahogado sale de tu garganta. Al aparecer por la puerta, te da tiempo de ver a un hombre, recostado sobre un viejo sillón de felpa verde, con una mano tapando con una manta una profusa herida en el costado, tratando de detener la mancha de sangre que invade todo su pecho. En la otra mano sujeta una pistola, que apunta hacia ti al verte llegar, con una velocidad sorprendente para el estado en el que se encuentra. Al verlo, antes de poder pensar nada, has gritado, incapaz de controlarte.
- ¿Señorita Pardo? ¿Se encuentra bien?

El extraño malherido trata de mantener el brazo con la pistola en el aire, pero es incapaz, dejándolo caer poco a poco, mientras trata de forzar la vista, tratando de enfocar su mirada en ti. Pero le flaquean las fuerzas, e incluso la mano que esta taponando la herida con la manta parece perder fuerza. Mientras dejas caer el bolso y te acercas a el rápidamente, toda precaución a un lado, los instintos tomando el control. Apartas con suavidad y cuidado el brazo y la manta para ver la herida durante un segundo, y luego vuelves a apretar con fuerza la manta. Miras a tu alrededor, y localizas una puerta, al otro lado del pasillo, que da al baño. Vas corriendo y abres el pequeño armario de plástico amarillento que hay junto al espejo, encima del lavabo, y comienzas a hurgar entre los muchos medicamentos que hay dentro. Coges un par de cajitas, y unas gasas, ademas de un pequeño neceser que encuentras junto a la pila. Al volver con todo ello al comedor ves una antigua maquina de coser, una de aquellas singer montadas en una mesa de hierro forjado y con un pedal para ponerlas en movimiento. Dejas las gasas y los fármacos junto al extraño malherido y abres los cajoncitos de la mesa de la singer, cogiendo hilo y un juego de agujas.
Vuelves junto al extraño malherido y comienzas a revisar la herida de nuevo. Por un momento oyes de nuevo la voz que te habla a través del auricular, pero sea lo que sea lo que quiere, ya no es el momento de escuchar. Tienes algo que hacer, y muy poco tiempo para hacerlo. Con la mano llena de sangre dispones las herramientas que vas a necesitar en el suelo, rebuscando algunos últimos detalles dentro de tu bolso, manchando irremediablemente de sangre.
-Please...- dice el extraño malherido, tratando de reunir fuerzas, de mirarte a los ojos.
- Nada de charla ahora. Ya me contaras que demonios esta ocurriendo luego. Si lo hay.
Y comienzas a trabajar, tratando de salvar la vida de un extraño, en un lugar extraño. Y de pronto te das cuenta de que tu vida ya no es tan tranquila como lo era hace menos de una hora. Justo antes de cruzar la mirada con aquel conductor de mirada clara y fría.

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